domingo, 30 de enero de 2011

EL CAPITAL DE LOS HERMANOS MARX

La antigua propensión al moralismo sigue extraviando a algunos críticos. De poco sirvió que Kant razonara hace más de dos siglos la autonomía del arte. Ellos siguen escribiendo sus altisonantes panfletos regidos por principios morales o ideológicos.
Es el caso del crítico Roger Koza, o por lo menos de dos de sus artículos: uno aparecido en La Voz del interior, de Córdoba, y el otro en la revista Quid. El primer artículo tiene como objeto de análisis la película La red social. El segundo, más extenso y ambicioso (se intitula Una metafísica provisional) trata sobre Sex and the city 2.
Ya al cabo de pocas líneas resulta evidente que al crítico le interesan menos las películas que alumbrarnos con su dudosa perspicacia acerca de todos los arduos peligros que nos acechan actualmente en el mundo: capitalismo, consumismo, alienación, neocolonialismo, militarismo estadounidense y otros no menos grandilocuentes y no menos tediosos.
Ocurre algo extraño: Koza se burla de los envasados de espiritualidad y demás yerbas baratas que la clase media o la clase media alta consumen habitualmente. Y sin embargo, en el momento de escribir, lo hace con una jerga tan predecible y vaga que se parece demasiado a las modas que él mismo vitupera. Casi podría establecerse, al modo de Bioy, una suerte de generador automático de frases técnicas, el célebre GAFT, en este caso aplicado a críticos con título universitario. Con el manual en la mano, Koza lucha por prestigiar las llanezas más banales. En lugar de hablar de los empresarios jóvenes de los Estados Unidos, alude a “la subjetividad capitalista del nuevo milenio”. En vez de decir que la moda encasilla a las personas, dice que “la moda es una práctica global de modulación de las subjetividades”. Y en lugar de repetir con resignada humildad la palabra época, apela a toda su artillería y asegura que “Fincher es un director sensible a su época, y La red social captura el Zeitgeist mejor que muchas películas, pero no por eso consigue interpelar y develar un tiempo histórico específico.” Esto es sólo una muestra ínfima. En rigor, las interpelaciones, las subjetividades, las genealogías, los relatos, los milenios globalizados y las matrices se multiplican en sus artículos hasta la náusea.
Verosímilmente, Koza no se equivoca cuando afirma que La Red social es una película mediocre y Sex and the City un bodrio absoluto. El problema son las razones que alega. Desmerece a La red social por no interpelar y develar un tiempo histórico y por no ahondar en el carácter inicialmente desinteresado de Mark Zuckerberg. Y si luego la redime parcialmente, es porque la película insinúa “que la seducción es el principio organizador tanto de nuestra vida cotidiana como de la economía globalizada.” Con Sex and the City Koza procede de manera semejante: la censura por no indagar en el deseo femenino, o por subordinarlo al deseo masculino; le reprocha la exaltación de Occidente como patria de la libertad; condena enfáticamente la importancia que la película le atribuye a una cosa tan superficial como la moda.
Aunque suene contradictorio, en cuestiones estéticas el gusto individual es lo que menos importa. Lo más importante son las razones que lo sostienen. Las de Koza provienen de un álgebra pueril: para que una película le guste debe ser cuestionadora ideológicamente. Debe cuestionar al capitalismo, o al consumismo, o a las modas, o al militarismo, o a la alienación de la subjetividad moderna, o a alguna otra conspiración parecida. Probablemente, si Koza hubiese vivido en Roma dos mil años atrás no habría vacilado en vilipendiar a La Eneida por su intento de fundar míticamente el imperio.
Pero Koza no se detiene aquí. Decidido a profundizar su evangelio, lo traslada a terrenos insospechados. Así, discutiendo sobre la tecnología 3D, nos devela la supremacía de los planos generales sobre los planos más cortos, ya que aquéllos no condicionan tanto la mirada del espectador como éstos, y por consiguiente son más…, democráticos.
Una vez superado el esfuerzo por contener la carcajada, cabe preguntarse: ¿qué le agrega el valor democrático a una obra de arte? ¿Qué tienen de democrático La Divina Comedia y las esculturas de Fidias y los cuellos de Modigliani y las sinfonías de Beethoven? Nada y nada. En rigor, así como no le agrega nada, tampoco le quita nada. Una obra que trasluce valores democráticos, como la de Withman, y otra que no los trasluce, como la de Proust, pueden ser igualmente bellas.
Pero los críticos moralistas como Koza no parecen muy interesados en la belleza. Si le interesara, Koza escribiría para estimular la inteligencia y la sensibilidad de quienes dan en leer sus artículos. En cambio, escribe para quienes ya de antemano piensan como él, para quienes comparten sus valores políticos, morales, ideológicos.

Quizás, si Koza leyera con esmero La Crítica del Juicio, comprendería que su tozudez ideológica está extraviándolo de un orbe más vasto, más sutil, más duradero, más necesario. ¿Hace falta aclarar a cuál me refiero?
Nuestra conclusión sobre las críticas: honestas, estúpidas y pedantes.

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