miércoles, 26 de enero de 2011

EL CRÍTICO EN SU CRUZ

El fin de semana estuve en Buenos Aires y fui a ver el unipersonal de Diego Reinhold. No haré aquí una crítica de la obra, porque no es el propósito de este blog. En cambio, dedicaré estas líneas a analizar la crítica  que salió en La Nación, a cargo de Alejandro Cruz.
Lo primero que debería hacer un crítico teatral, antes de verter y razonar sus juicios estéticos, es leer con cuidado el programa, para consignar correctamente los créditos de la obra. Cruz comienza mal su tarea: equivoca el nombre del autor de la música (escribe Soria en lugar de Sorín), atribuye todo el trabajo audiovisual a Diego Alcalá, cuando en el folleto indica que fue Fase, e incluye a Andy Cherniavsky en una tarea que él mismo no comprende. Cherniavsky realizó las fotos de marquesina y programa. Nada tiene que ver con el show en sí mismo.
Estas omisiones perjudican a personas que se han esforzado mucho para que la obra llegue a concretarse. Pero las deficiencias de Cruz no se detienen aquí. Luego de una descripción de Reinhold como artista, procura sintetizar el eje dramático de la obra: “(Reinhold) se debate en un tête à tête con su otro yo: el de su imagen pública. Ese debate es el que se transforma en el eje dramático de Yo (una historia de amor)”. Más adelante, Cruz determina su juicio: “Al no desarrollar una estructura dramática, Reinhold se deja tentar por una serie de monólogos que contrastan con el dinamismo y el vértigo que logra en su equilibrado juego con la pantalla.”
Evidentemente, la capacidad de Cruz para vislumbrar estructuras dramáticas no está muy desarrollada. La obrita de Reinhold tiene una estructura bien simple. Los personajes son dos: Reinhold y su imagen. La imagen, cansada de trabajar a destajo, decide cambiar roles con el Reinhold real, y por medio de un ardid lo encierra detrás de la pantalla. Ante las promesas de Reinhold de un trato mejor, la imagen, tras algunas vacilaciones, lo restituye en su lugar original. Pero Reinhold incumple sus promesas; traiciona a su imagen y la apaga. Busca otras imágenes, pero no queda conforme con ninguna. La imagen, despechada, regresa y tras una pelea, le dispara a Reinhold. Éste experimenta la muerte, pero logra volver al reino de los vivos. Arrepentida, la imagen le pide perdón. Reinhold vacila, pero comprende que no hay mejor imagen que la propia y ambos se reconcilian. Los monólogos, por su parte, no conforman la estructura dramática. Son apendiculares.
Que esta estructura no le parezca a Cruz interesante o apropiada para la obra de Reinhold es completamente válido. En ese caso, debería haber desarrollado las justificaciones de su desdén. Lo curioso es que Cruz ni siquiera parece haber comprendido lo más básico de la estructura. Y, peor aun, sin demostrar reparos de ninguna índole, se permite castigar al desprevenido lector con oraciones como la que sigue: “En el espectáculo conjuga con una enorme solidez técnica y visual la yuxtaposición de las acciones en vivo con las imágenes proyectadas en una enorme pantalla, en un recurso que él viene trabajando desde hace tiempo y que diversas experiencias escénicas (aun comerciales) indagan desde hace varias décadas en total concordancia con los avances tecnológicos.”

Si yo pudiera desentrañar la torpeza gramatical de Cruz, me detendría en lo desvaído y banal de sus conceptos. Lamentablemente, no me resulta posible.
Nuestra conclusión sobre la crítica: muy mala.

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